Cine

Written by: @videocluber
Puntaje: 8/10 estrellas
Habiendo crecido con la infame versión americana de Godzilla (1998) y con las caricaturas de Hannah Barbera como referentes de la franquicia, nunca estuve particularmente interesado en profundizar en el tema.
Cuando en mayo de este año se estrenó la segunda parte del reboot americano, decidí darle una oportunidad bajo la premisa de que tan mala no podía ser una película protagonizada por Millie Bobby Brown y un lagarto prehistórico. Resulto ser una disfrutable experiencia pochoclera con algunas imágenes excelentes y poco más. Sin embargo, el vasto casting de “Titanes” apocalípticos definitivamente capto mi atención y fue sólo cuestión de minutos para que supiera que estas criaturas formaban parte de la franquicia japonesa desde hacía décadas.

El hecho de que existiera una franquicia de más de veinte películas y decenas de monstruos gigantes esperando ser descubierta me proporciono una tarea más que disfrutable para las próximas semanas (¿días?).
La experiencia y valoración de la franquicia en general las dejo para otro artículo: por el momento basta con que sepan que la película original (1954) es una sombría manifestación contra el armamento nuclear, claramente anti americana. Por momentos aterradora, los anacrónicos efectos especiales y brillante banda sonora sencillamente funcionan. Sin embargo, luego del debut de la criatura la franquicia muta constantemente y cada 15 años se realiza un reboot para aggiornar los personajes, la temática de las películas, y la estética de los titanes, entre otras cosas.
Y es la última encarnación japonesa, producto del reboot de la franquicia en el 2016, la película que se robó mi corazón: Shin Godzilla

Shin Godzilla es la cuarta continuidad o reboot de la franquicia y está a cargo del creador de Evangelion, y esto se nota. Quienes esperen una película pochoclera, como las recientes versiones americanas, estará decepcionado. Estamos ante la mejor película de Godzilla hasta la fecha, en mi humilde opinión.
SI en el pasado Godzilla fue una metáfora del peligro de las armas de destrucción masiva en general y nucleares en particular, de los terrores reales, potenciales e imaginarios que estas traen consigo, esta nueva encarnación se inspira en los desastres naturales y catástrofes nucleares como la de Fukushima.
En definitiva, los desastres producto de la negligencia destructiva del hombre que no dejan dormir a las nuevas generaciones.
La criatura (producto de alimentarse de desechos nucleares en el fondo del mar) merece un apartado aparte. Es el diseño más bizarro y monstruoso que Godzilla recibió hasta el momento. Un ser en constante agonía, con perturbadores ojos desorbitados que parecen de un osito de peluche, chorreando sangre ácida por las calles de Japon, mutando constantemente en busca de una “forma” que le permita detener el dolor y adaptarse a un mundo hostil.

Comienza como una especie de monstruoso renacuajo gigante que una vez en la tierra se arrastra por las calles y alcanza su cuarta forma como una fusión entre el Alien de Giger, los Ángeles de Evangelion y el tradicional Godzilla (el hombre en un traje de latex).
Fascinante como es esta encarnación de Godzilla, el grueso de la película no consiste en las apocalípticas imágenes de su paso por Japón, sino en el funcionamiento interno de un gobierno que intenta lidiar con una crisis sin precedentes y con la inevitable intervención extranjera. Shin Godzilla es, entre otras cosas, una película pro japonesa con tintes nacionalistas, que nos muestra como un gobierno (que representa a un pueblo) titubeante ante la sorpresa de la adversidad, rápidamente se acomoda la corbata y convierte la burocracia estatal en una aceitada máquina que sortea la injerencia extranjera (especialmente la norteamericana, por supuesto) y el desconocimiento de esta nueva amenaza.
Trata sobre los limites reales y autoimpuestos, del gobierno de Japón, de la necesidad de que los jóvenes (y las mujeres, un punto que la película deja en claro) tomen su lugar en la política y remplacen a la vieja guardia y salven a Japon y el mundo de los desastres naturales creados por las generaciones que les precedieron para poner freno a un desastre que parece consumado. El paralelismo no solo con desastres como Fukushima sino con la lucha contra reloj para salvar nuestro ecosistema es claro.
Esta combinación de intriga política, con película catástrofe y el kaiju más bizarro jamás concebido dan como resultado una película excelente.

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